Perdonar es sanar

Perdonar es sanar

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Perdonar es sanar. Es un acto de amor para con uno mismo y los demás. Un proceso hecho de etapas jalonadas que hay que alentar e incitar, sin forzar. Una vez que se ha expresado verbalmente, viene la comprensión de la historia de los padres y ancestros, de sus carencias, sufrimientos y nivel de conciencia, para poder con reconciliarse ellos. Entonces tal vez nos demos cuenta de que su dolor fue seguramente aún mayor que el nuestro. Para ello, es útil hacer el árbol genealógico o transgeneracional que promueve la Bioneuroemoción del psicólogo Enric Corbera, conocer la historia familiar, las penurias y hechos significativos de los padres y abuelos. Ver al niño interior del padre y de la madre, sus propias carencias y heridas de infancia. Este insight ayuda sobremanera a comprender y perdonar, así como a dejarles a ellos su responsabilidad. Es entonces, cuándo uno ha exorcizado sus propios demonios internos, que se puede empezar a asentir a lo que fue. Mientras, podemos decir: “estoy en el proceso de perdonar”.

Todos somos inocentes. Perdonar es aceptar que pasó lo que pasó, que no hubo alternativa en ese momento, que ese era el nivel de conciencia que había, y no otro. Necesitamos perdonarnos y perdonar una y otra vez los errores de percepción y del exceso de juicio. Recordemos una vez más que cuando enjuicio, me enjuicio. Hay que soltar el apego al sufrimiento, a los juicios y resentimientos. Una vez liberado “el grueso” del resentimiento, hay que ir destilando poco a poco -a medida que tomamos conciencia- de esos viejos “rencorcillos” o pensamientos de rechazo, pillar los pensamientos al vuelo y ver, tomar conciencia, aceptar y soltar. A lo que se puede añadir algún pensamiento positivo de aceptación y gratitud: “Que te llenes de amor, que estés bien, que puedas estar en paz y cómodo, que seas feliz”. Cuando deseamos el bien a otros nos llenamos de bien. Otro valioso recurso es el ritual hawaiano del Ho’oponopono o arte de la reconciliación y el perdón, que consiste en expresar la fórmula: “Lo siento (por las memorias de dolor que comparto contigo), perdóname (por mis juicios), gracias (por la vida), te amo”.

Se dice que guardar rencor es como tomar veneno y esperar que el otro se muera. Verdaderamente, alimentar rencores y resentimientos es envenenarse, destruirse. Mientras que el resentimiento envenena, el amor sana, reconcilia, libera. Recordemos que al rechazar a nuestros padres estamos rechazando a la vez partes propias, nos estamos negando, y que todo rechazo es una falta de amor. La expresión es el antídoto, la liberación del resentir. Después, una vez realizada esta alquimia interior, podemos honrar, inclinarnos y agradecer la vida que nos fué trasmitida a través de ellos. Apreciar el regalo de su legado y la grandeza de sus destinos. Perdonar es un acto de amor, es aceptar las experiencias que nos han configurado y liberarse de las cadenas de dolor y rencor. Porque mientras rechazamos, condenamos y juzgamos seguimos encadenados a esos viejos y limitadores patrones.

Con este trabajo interior nos vamos transformando. Sanamos el árbol genealógico del que formamos parte, sanamos nuestras memorias y las de nuestros padres y antepasados, y evitamos en la medida de lo posible trasmitirlas a la siguiente generación. Es más, cuanto antes perdonemos antes sanaremos nuestras células y así evitaremos trasmitir ese sufrimiento a nuestros hijos. Al perdonar integramos la fuerza y energía vital de nuestros padres y ancestros, crecemos en luz, amor y conciencia, y nos llenamos de paz, comprensión, visión, sentido y perspectiva. Nuestra vida se completa, se hace más brillante y plena.

Sabemos de la importancia del perdón, de ahí la necesidad de ejercitar la voluntad de perdonar. La terapia de las Constelaciones familiares busca la reconciliación en el sistema familiar. Hellinger dice: “Un hijo sólo puede sentirse bien consigo mismo si ha tomado a ambos padres. Esto significa que los toma tal y como son y los respeta tal y como son, sin querer o desear otra cosa. Exactamente tal como son están bien. Aquel que ha tomado a los padres de esa manera está bien consigo mismo, se siente completo y en él ambos padres están presentes con toda su fuerza. No hay nada mejor que aquello que es”. Y también: “No hay mejores padres que aquellos que tenemos. No hay mejor futuro que aquel que tenemos por delante. Lo que es, es lo más grande. Y la felicidad significa llevarlo a mi corazón tal y como es y alegrarme por ello. Ésta es la plenitud de la felicidad: alegrarme de la realidad tal y como es”. Verdaderamente, ese es el sentido del proceso terapéutico, aunque culminarlo no está exento de dificultad.

En mi experiencia profesional, un trabajo terapéutico fundamental para avanzar en este proceso es el uso de la “silla vacía” de Fritz Perls, creador de la Terapia Gestalt, llamada por algunos la “silla cuántica”. El trabajo consiste en colocar imaginariamente a la madre, al padre (o a una pareja) en una silla vacía y expresar todo lo que a uno se le venga a la mente y sienta. El hecho de expresar verbalmente las emociones, de ponerse frente al padre o la madre y denunciar lo vivido en la infancia es transformador. Para algunos es un ejercicio especialmente complicado porque no se atreven a expresar en voz alta lo que cargan en su corazón. Sin embargo, es necesario darse permiso para expresar, protestar y manifestar la propia verdad, legitimar el dolor, el abandono, las humillaciones, y las consecuencias que esas experiencias tempranas han tenido en la propia existencia, es decir, los condicionamientos asociados a esas heridas: miedo a la vida, no sentirse merecedor, elegir parejas que no te aman, permitir el mal trato, adicciones etc. Al atreverse a cuestionar y “acusar”  a los progenitores uno se pone frente su propia experiencia, y así se liberan las emociones incrustadas en las células.

Son muchas las capas de emociones que hemos de permitir que vayan liberándose, pensemos que son experiencias repetidas durante años. Si hasta ese momento se pasó por alto y no se tuvo en cuenta, ahora hay que legitimar el dolor, sentirlo y darse permiso para la autoexpresión. Este ejercicio además tiene el efecto de liberarse de los introyectos, es decir, de aquellos aspectos maternos y paternos que hemos interiorizado, que hemos hecho nuestros y que también condicionan nuestras experiencias, como la autoexigencia, la dureza, la intolerancia, las actitudes abandónicas, la descalificación, el autocastigo… etcétera. No importa si los padres han muerto, el trabajo de hace “como si” estuviesen delante de nosotros, funciona igual. Una variante es hacer el ejercicio en expresión escrita, dar rienda suelta a través de la escritura manuscrita, si bien es importante luego darle voz, pasarlo por la garganta para expulsarlo y exorcizarlo.

 

 

 

 

Fuente Texto original © Ascensión Belart.https://ascensionbelart.wordpress.com

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