Las brujas no se quejan

Las brujas no se quejan

Ángeles Arrien, antropóloga, escritora y anciana, me impresionó profundamente cuando la oí hablar de cuatro principios rectores.

Manifiéstate.
Presta atención.
Di la verdad.
Desvincúlate del resultado.

Cada etapa de la vida contribuye a que aprendamos lo que significa esto en realidad. Prestar atención, por ejemplo, engloba lo que no decimos y sus implicaciones, o incluso lo que señalamos de un modo inconsciente. La experiencia nos enseña que decir la
verdad puede acarrearnos consecuencias dolorosas, razón por la cual es preciso ser valiente para decir la verdad delante de quien tiene el poder o de algún allegado. Aprender qué repercusiones tendrá no decir la verdad, en cambio, es una lección muy distinta que nos da la vida y que surge de permanecer en silencio y tener que vivir con una misma. El supeditarnos al resultado viene vinculado a nuestras expectativas: las esperanzas que albergamos, o lo que damos por sentado, nos llevan a sentirnos decepcionados, molestos o sorprendidos por la auténtica reacción. No sentirse vinculado a un resultado es adoptar una posición espiritual que paradójicamente a menudo es la más eficaz.
A lo largo de los años, he hecho oír mi voz, y dado que mi naturaleza y educación no me han convertido en una persona temerosa, para mí es más fácil que para otros decir la verdad a los que tienen el poder. Además, eso forma parte de la naturaleza de mi trabajo como psiquiatra y analista junguiana, el hecho de extraer la conciencia las percepciones problemáticas. He sido de las que «tiran de la manta», lo cual me ha acarreado ciertas consecuencias desagradables, pero jamás me he cuestionado, ni racionalmente ni emocionalmente, si todo eso había valido la pena.
He descubierto que «Di la verdad» y «Desvincúlate del resultado» son frases sabias (sobre todo si queremos poner en claro ciertos temas y adoptar una postura con respecto a un principio, o bien al atestiguar algo).
Sin embargo, cuando se trata de las personas a quienes amamos, no nos resulta posible desvincularnos del resultado. Como brujas, pongamos por caso, sabemos ver los problemas en los que, con toda probabilidad, tropezarán nuestros hijos adultos, nietos, o individuos a los que amemos, en el camino que tomen. Pensando en ellos me he sorprendido retocando el último precepto y sustituyéndolo por el siguiente: «Reza para que todo salga bien».

Los principios rectores, entonces, son como siguen:
VI. Manifiéstate.
VII. Presta atención.
VIII. Di la verdad.
IX. Reza para que todo salga bien.

La vida me ha enseñado que, en realidad, desconozco qué es lo que les conviene a los demás. Es posible que se avecinen tiempos duros para aquellos que nos preocupan, sobre todo si estos últimos se empecinan en seguir una dirección determinada, como nos dicta la experiencia. No obstante, un cambio de rumbo también tendrá consecuencias imprevistas. Cualquiera de las dos elecciones les puede llevar a una crisis constructiva o destructiva. Al saber, por tanto, que cada persona tiene un destino propio, su sino, y que tendrá lecciones específicas que aprender y mitos personales que vivir, y que nosotros no podemos controlar, ni siquiera conocer, todo el potencial que se oculta tras ello, he
llegado a la conclusión de que en tales circunstancias «Di la verdad» y «Reza para que todo salga bien» es lo más idóneo que podemos hacer.
Creo que rezar para que todo salga bien tiene su propio peso; es como enviar energía, ángeles o sabiduría futura a la persona por la que estamos rezando. También intuyo que «Reza para que todo salga bien» en lugar de «Desvincúlate del resultado» es una expresión de sabiduría de anciana que guarda un paralelismo con el principio femenino o maternal, expresado espiritualmente.
Tiene que ver con decir la verdad sabiendo que es limitado, y con educar y proteger a aquellos por quienes rezas espiritualmente hagan lo que hagan. Consiste en desear y, por tanto, implicarse para que todo les salga bien… sin perder de vista toda su vida y
su viaje anímico.

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